domingo, 19 de abril de 2009

TO THE RHYTHM OF THE DARK SIDE OF THE MOON

AL RITMO DEL LADO OSCURO DE LA LUNA







El sol traspasaba la persiana verde de mi cuarto, yo retozando en la cama, pensaba: “que bien estar de vacaciones”, pero no podía seguir durmiendo, la tele encendida con la dichosa novela que mi madre veía todos los días sin embargo me resistía a moverme de mi lecho, aun que me jodía el rumor de Mariana, así se llamaba la protagonista y el titulo si mal no recuerdo: Los Ricos También Lloran.

Decidí levantarme e ir hasta mi radiocassette, esos de doble platina que eran el no va mas de la época, lo puse en funcionamiento y empezó a sonar la parte cuatro del álbum: Dark Side of the Moon de Pink Floyd, los gritos de mi madre resonaban por encima de la música, ella exclamaba:__ “Manolitoooo! Baja el cacharro ese que no escucho”__.

Yo seguía encerrado en mi habitación, tratando de desperezarme, mi espacio era una exposición de posters, la Diosa Bassinger, Dylan, el Guernika, una Bandera Republicana y el Che.

Este parecía ser otro día en el que iría a la playa, luego estaría tumbado para continuar leyendo A Heman Hesse, mi escritor favorito en ese entonces, hoy día Gabo sustituyo al autor de Siddhartha.

Eran las diez de la mañana cuando sonó el teléfono en casa, mi madre, me dijo: __”Manolito para ti, tu hermano, que te pongas al teléfono”__, cogí el auricular y escuche la voz dulce pero firme de mi hermano José Antonio, me pedía:
__ “Manolo, me hace falta que me eches una mano en el bar hoy”__ a lo que simplemente le conteste: __”Ok, ven por mi”__.

A eso de las cinco de la tarde, vi acercarse el cuatro latas heredado por mi hermano de mi padre, ahora el vehículo estaba reconvertido en un coche hippie con un color celeste, unas flores a los lados y el símbolo de peace and love, subí y nos fuimos hacia el bar.

Mi hermano era mi espejo, yo hacia todo lo que el hacia, hasta me vestía igual que él. Llego la hora de abrir el local y ahí estaba yo, de camarero con mi camiseta de Hendrick, un pendiente en mi oreja izquierda, mis vaqueros rotos, mi pelo ensortijado como Dylan y una chapa ácrata en mi pecho con una A dentro de un circulo.

El Pub estaba ubicado en pleno centro de Málaga, en un casa antigua con grandes habitaciones, que se habían habilitado para el bar, la música puesta a todo volumen, los clientes apenas si se podían distinguir entre el humos de porros y La penumbra. La tarde-noche iba pasando, me sentía como en una nube, rodeado de tías buenas escuchando a la Reina Janis, Génesis, Purple, Uriah Heep, Bob Dylan y el rock andaluz de Triana

Era estar en el paraíso y yo tenía las llaves, sólo me faltaban unos meses para cumplir los quince años, creyendo además saberlo todo.
Tonteaba con todas las chicas, me reía con todos los amigos de mi hermano, para ellos era como la mascota del grupo, poco a poco se fue diluyendo esa noche mágica; tocaba ir cerrando, sólo quedamos mi hermano, sus dos socios y yo, estábamos recogiendo todo cuando se escucharon unos golpes en la puerta, era una pandilla de chicas y chicos, todos colegas de mi hermano, les abrí y los deje pasar.

Nos reunimos en un salón, sentados encima de grandes almohadones que formaban una especie de arcoíris en el suelo. Un tío, encendió una varita de sándalo, empezamos a bromear y a reírnos de cualquier cosa, así como a liar porros que pasaban de mano a mano, yo permanecía al lado de José pero al rato, él no estaba allí, había subido con una chica a la segunda planta.

Cerca de mi se encontraba un ángel que tendría como unos veinte años, de piel morena, suaves labios carnosos, y unos lindos ojos, su cuerpo parecía el de una guitarra, su cabello muy largo y rizado. Ella me miró fijamente, se acercó y empezó a besarme, sin dejar de acariciarme, yo le correspondía.
Al poco tiempo estábamos solos en el salón, sentí miedo al darme cuenta que todavía era un niño, ella era toda una mujer. Bailó al ritmo de Dark Side of the Moon, vino hacia mi, me desnudo completamente con infinita dulzura, me despojo no sólo de mi vestimenta, si no también de mis miedos, con la sinfonía precisa de dóciles beso que llegaron a cada rincón de mi cuerpo. A esas alturas estaba en pleno cielo y había perdido las llaves, me sentía único, aquella noche entre esos almohadones deje los últimos retazos de niño que aun tenia.